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Todo debería suceder como imaginan los optimistas. Si la noche es propicia veremos un 3-0 o 4-1, incluso una goleada mucho más abultada (4-0, 5-0), lo que será interpretado como un formidable puñetazo sobre la mesa de Europa, el Madrid ha vuelto. Si la noche es más cruda, nos moveremos entre el 2-0 y el 3-1, resultados que clasifican con susto y no permiten celebraciones hasta el minuto 90. Sea como sea, el Madrid en cuartos por vez primera en seis años.

Sin embargo, hay algo que diferencia esta noche de otras y esta conjura de pasadas invocaciones: en este caso, nadie contempla la eliminación. Y la novedad enciende una luz roja. Contra Derby (4-1 en la ida), Anderlecht (3-0), Borussia (5-1) o, últimamente, frente al Bayern (2-1), por citar épicas remontadas, siempre existió la amenaza cierta y terrorífica del fracaso, ya fuera por el marcador o por el prestigio del rival, cuando no por todo al mismo tiempo. Y desde esa pelea por la supervivencia se construyó la teoría del miedo escénico.

Hoy no hay ni ogro ni marcador peliagudo. Remontar un gol al Lyon parece tarea fácil, especialmente después de la exhibición de casta contra el Sevilla. Y además se da por hecho que el Bernabéu marcará los goles que falten. Como si el madridismo se jugara la vida, pero sin la vida en juego. Como en el cine. Como si el espíritu de Juanito fuera un efecto especial. Es preocupante tan escasa preocupación. El Lyon, que vive en otro mundo, se presentó ayer en Madrid con el cálido abrigo de los corderos. Sin goles en contra en los últimos seis encuentros, el equipo, idéntico al de la ida, fundamentará su estrategia en la presión a mitad de campo, loable ejercicio, aunque no hay cuerpo que lo resista durante 90 minutos.

El Madrid cubrirá con Granero y Guti las bajas por sanción de Xabi y Marcelo. Pierde orden y banda izquierda, pero gana en pase y profundidad. Son detalles nimios en comparación con la inmensidad de Cristiano y la pasión de Higuaín. Si Kaká tiene a bien incorporarse, los optimistas confirmarán sus pronósticos más generosos. De otro modo podríamos encontrarnos con lo inimaginable: un partido.

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